La primera vez que vi a Roberto Franco fue en un bar en el centro de Medellín cerca de la catedral metropolitana, recuerdo que con un grupo de compañeros de la universidad tomábamos cerveza fría mientras charlábamos sin afán al son de las baladas y las canciones de Milanés que Juan pedía a la chica de la barra, que además de “Bar-girl” era la encargada de la música.
Hablábamos de tantas cosas por aquella época, especialmente del atentado del 11 de septiembre contra las torres gemelas, pues todavía era septiembre.
Oscar, Juan, Wilson, Carlos y yo, éramos cristianos, miembros de una antigua orden religiosa, Camilo y José eran musulmanes y William era un agnóstico librepensador.
Wilson de alguna manera se mostraba crítico ante el atentado por acabar con muchas vidas inocentes, sin embargo, procuraba hacer claridad sobre el papel maléfico de los gringos en medio oriente desde los años sesenta y antes; su exposición era brillante, pero al parecer contaba con algunas imprecisiones, allí fue que conocimos a Roberto Franco y a Alberto Salgado.
Mientras discutíamos desde una mesa del rincón lateral a la entrada, eran dos los hombres que charlaban en la barra mientras tomaban un whisky; uno era Roberto Franco, mestizo de aspecto robusto, fumaba un puro con paciencia y parecía saborear el humo en su boca; la chica de la barra le miraba encantada y le sonreía con delicia a cada palabra que este le dirigía con una sonrisa retorcida en una mueca coqueta y elegante.
El otro, era Alberto Salgado, negro, robusto, de gran estatura, oriundo del palenque de San Bacilio, hombre de vestir elegante y elocuente expresión; los dos escuchaban atentos desde su lugar, la exposición de Wilson sobre los gringos, con frecuencia asentían y se miraban, aunque a veces hacían gesto de asombro ante alguno que otro error.
Repentinamente entonces, cuando Wilson dijo algo que no logro recordar, Alberto Salgado se puso de pie y pidió respetuosamente permiso para intervenir, se presentó formalmente él y a su amigo Roberto Franco y se mostró asombrado y feliz de ver que jóvenes como nosotros nos interesáramos por tales temas, así fue como pudimos ver el profundo conocimiento de la historia que tenían aquellos dos hombres, en especial Roberto, quien nos dio una clase entera sobre el intervencionismo norteamericano en medio oriente y en Latinoamérica, con fechas precisas y nombres concretos de funcionarios, incluso con citas puntuales de las “Venas Abiertas de América Latina” y una explicación clara de política económica.
Roberto Franco era Cartagenero, aspecto que teníamos en común, junto a Salgado estaba en Medellín en un encuentro académico en la Universidad de Antioquia, quedamos en vernos con Alberto una vez yo llegara a Cartagena a fin de año,
Así pues, una vez en Cartagena, fue oportuno disfrutar unas cervezas frías con Franco y Salgado, con ellos uno puede aprender mucho. Me causó mucha curiosidad al leer uno de los libros de poesía de Franco, su capacidad crítica y su sensibilidad hedonista sin igual, un agnóstico teísta, curioso del misterio de la trascendencia aludida por Jaspers.
Pude conocer la historia de Franco por Salgado, quien le conoce desde niño, por eso he considerado que su historia es digna de ser contada, un “Insigne Hijo de la Tierra”, en un “Rincón de Latinoamérica”, en el anonimato…
(Continuará)...

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